
Pensé en tanta gente, amigos muchos, que crecí viendo en mi barrio en República Dominicana. Algunos murieron por ley natural de la vida, como mis abuelos y tíos abuelos; otros por enfermedades terribles, desde VIH hasta cáncer. Hay otros que simple y sencillamente decidieron adelantársele a la voluntad de Dios, y buscaron su propia muerte a través del suicidio.
Pero sin importar cuál haya sido su causa, la muerte siempre resulta dolorosa, está de más decirlo, y causa una sensación extraña, quedándonos sólo la resonancia del eco, en nuestro interior, de la pregunta cruel: ¿Por qué?
Pero todavía no se ha inventado la respuesta que el oído humano quiere escuchar, todavía la muerte sigue siendo ese tema que a todos nos causa sensación de fatalidad. Pero no es así. No debemos ver la muerte como pesarosa, sino más bien como esa etapa de liberación en que los hombres alcanzamos el ciclo real de nuestra existencia, porque si no morimos nadie puede decir "viví". ¿Y cómo escuchar a algien cuando lo diga? Para eso también hay que morir.
Yo, en lo que algunos tratan de buscarle un sentido a la muerte, me he dispuesto a vivir, no vaya a ser que me sorprenda parado en el mismo lugar de siempre buscándole una explicación a lo que solamente Dios se la tiene y se la puede dar.
La muerte muchas veces significa "liberación". Sí, aunque parezca mentira. Aquéllos que han arrastrado una existencia cargada de dolores, sufrimientos y enfermedades ven en la muerte el punto donde empieza su vida. Y la celebran cuando le ven aproximarse.
Debiéramos educar a nuestros seres queridos, y a nosotros mismos, acerca de la muerte, estar concientes de que en cualquier momento llegará. Así, el día que nos toque ver partir a uno de esos seres que son fibras de nuestro propio corazón, no perdamos la esperanza, aunque no de je de ser dolorosa.